miércoles, 16 de abril de 2014

El índice “doing business” y la ruina de las comunidades locales en África



Acaba de publicarse el Índice "Doing Business" correspondiente al año 2014. Como es bien sabido, "Doing Business" compara cómo es el entorno para hacer negocios entre las 189 economías del mundo y clasifica a los países en función de "facilidad para hacer negocios”. Dicho informe, creado por el Banco Mundial, mide cuantitativamente las reglas sobre la facilidad en un país determinado para comenzar un negocio, desde obtener permisos de obra, contratar empleados, inscribir propiedades, solicitar créditos, proteger a los inversionistas, pagar impuestos, comercializar en el extranjero, hacer cumplir contratos y cerrar empresas pequeñas y medianas. Un informe que parece positivo de entrada, acarrea consecuencias nefastas para el continente africano.

Este índice ha llevado a muchos líderes de los países en desarrollo, especialmente en África, a desregular sus economías, con la esperanza no solamente de atraer la inversión extranjera sino de quedar bien en el ránking. Sin embargo, lo que el Banco Mundial considera beneficioso para las empresas internacionales a menudo es exactamente lo contrario de lo que es para las comunidades locales.

Las desregularizaciones, como las que propugna el citado índice del Banco Mundial, en los países en vía de desarrollo, con población sin recursos y sin tejido comercial local fuerte, facilita el acaparamiento de tierras y de riquezas por parte de los inversores extranjeros en detrimento de los lugareños que se ven abocados a la pobreza.

Todo parece indicar que detrás de la filosofía de desregularización que preconiza el Banco Mundial está el interés de los grandes inversores por hacerse con el control absoluto del mercado. A lo mejor la desregularización se vea con buenos ojos en los países desarrollados porque racionaliza mucho papeleo para iniciar una actividad económica, pero en el tercer mundo, y muy especialmente en África, es abrir las puertas del mercado local de par en par a las empresas extranjeras para que se hagan con todos los recursos.

En el sector agrícola, por ejemplo, este famoso el ranking alienta a los gobiernos a hacer de la tierra una mercancía, a vender o arrendarla a los inversores extranjeros, independientemente del impacto social o ambiental de este tipo de políticas. Campesinos, pastores y pueblos indígenas son víctimas de la estrecha colaboración entre los gobiernos y las empresas extranjeras que trabajan codo con codo para despojarles sus tierras, y de ese modo obtener el apoyo del Banco Mundial. 

No hay que olvidar que los agricultores son los primeros inversores y empresarios del sector agrícola en los países en desarrollo. En lugar de apoyarles, el Banco Mundial promueve el saqueo de sus recursos por parte de las compañías extranjeras con una política de desregularización forzosa.

Las consecuencias de la política de este organismo internacional son desastrosas. En Serra Leona, el 20% de las tierras cultivables fueron confiscadas a la población rural y alquiladas a empresas extranjeras para la producción de caña de azúcar y de aceite de palma; en Liberia, cerca de un millón de hectáreas pertenecientes tradicionalmente a las comunidades locales fueron entregadas a gigantes de producción de aceite de palma británicos, indonesios y malasios. Otros países muy afectados por el acaparamiento de tierra son Etiopia, Mozambique, Ghana, Uganda, Madagascar, Sudan, R.D. del Congo y Mali. En Uganda, hasta el 14% de sus tierras fértiles está en negociación. Mozambique tiene más del 21% en negociación. La R.D. del Congo tiene más del 48% de las tierras agrícolas adquiridas...

No es que se esté en contra de la racionalización de la administración y del mercado, sino en contra de las políticas y los abusos de algunos organismos internacionales, como el Banco Mundial, que siempre parecen legislar a favor de las grandes corporaciones y no de la población.  

Va siendo hora, por tanto, de desenmascarar a algunos informes como “Doing Business” que no tienen otro objetivo que el de robar a los pobres lo poco que tienen para entregárselo a los ricos (las grandes compañías) bajo la apariencia de fomentar la competitividad entre economías.



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