martes, 26 de marzo de 2013

Por el fin del golpismo en África


Un golpe de estado más en África; esta vez en la República Centroafricana, país enclavado, vieja colonia francesa que incluso “produjo” un dictador, Jean Bédel Bokassa, que un día se autoproclamó emperador. País cuyo padre fundador, Barthélémy Boganda, llegó a soñar que sería germen de un “Estados Unidos de África latina”, que englobaría a los Estados que componían la entonces África Ecuatorial Francesa (los actuales Chad, Gabón, República Centroafricana), el Congo-Belga (actual República democrática del Congo), Ruanda-Urundi (Ruanda, Burundi), Angola y Camerún. De ahí su nombre de “República centroafricana”. Hoy, sin embargo, es un Estado colapsado, con la mayor parte de su población en absoluta pobreza y unas fronteras porosas por dónde entran y salen, sin molestia alguna, diferentes grupos rebeldes, incluso el temido LRA del buscado Joseph Kony. A todas luces, el gobierno no controla sus fronteras.

Se suele recurrir a la herencia colonial para explicar la situación de abandono y pobreza que sufre ese inmenso territorio, poco más grande que su antigua metrópoli, Francia, pero con una población que ni llega a cinco millones de habitantes. En efecto, el territorio llamado Oubangui-Chiri, según la literatura colonial, era un lugar remoto y olvidado por los colonos franceses frente a mejores posesiones como Gabón, Chad o Congo Brazzaville. Además, no hubo preparación alguna de la élite que tomó el relevo tras la independencia.

A esto, habría que añadir, desde luego, la gestión posterior de los sucesivos gobiernos y el sempiterno intervencionismo francés en los asuntos internos. Tras el final del imperio colonial africano de Francia en 1960, la República Centroafricana tuvo la dudosa distinción de ser el Estado que más experimentó la mayor injerencia militar francesa en la historia posterior a la independencia del continente. Los soldados franceses son conocidos localmente como "barracudas", porque tras la "Operación Barracuda" lograron derrocar del poder a Bokassa. En fechas no tan lejanas, como 2006 y 2007, aviones Mirage franceses ayudaron a repeler a los soldados del gobierno insurgente en el noreste.

Se mire como se mire, Centroáfrica es un estado fallido desde su independencia. Basta con echar un vistazo a sus cincuenta y tres años de independencia, jalonados de golpes de estado y de gobiernos cleptocráticos para que uno se dé cuenta de ello. Y este último pronunciamiento no augura nada bueno para el futuro del país porque los rebeldes que acaban de expulsar al presidente Bozizé son en sí mismos diversos y están muy divididos; incluso sus líderes lo están entre guerrilleros y políticos exiliados. Lo que único que les une a todos es el odio a Bozizé.

Desde conflictos tribales a militares descontentos con los sueldos, pasando por oscuros intereses económicos, todo sirve para explicar la lacra del golpismo en el continente. Es un hecho inegable con múltiples facetas y posibles causas. Lo que lleva a un cierto fatalismo. No obstante, hay que aventurarse y buscar posible salida.

El desarrollo de la democracia suele aparecer como la solución sine qua non para poner fin a la larga historia de golpes de Estado en África. Nosotros, sin embargo, somos de la opinión de que lo que toca ahora mismo en África es el desarrollo económico y el reparto de la riqueza. Pues, en las últimas dos décadas hemos asistido a una ola democratizadora en el continente, con cierto éxito en algunos países como Botwana, Senegal o Ghana; pero con un fracaso rotundo en la mayoría de los países. Y uno de los motivos de ese fracaso es la falta de una clase media que sustente la democracia. Al pueblo que pasa hambre y que tiene que buscarse la vida para poder llevar algo de comida a la boca, de verdad, la democracia le “suena a chino”. Aquí sí que el dicho latino “primero comer y luego filosofar” se verifica.

Además, integrar un movimiento rebelde suele representar para muchos jóvenes africanos el único medio de supervivencia ante la falta de oportunidades y la persistente desigualdad en el acceso a los recursos.

Por tanto, la paz solo llegará a buena parte de África a través una profunda reforma económica y un cierto reparto de la inmensa riqueza que atesora. 


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